¿Está el sistema educativo preparando a los niños para el futuro o para el pasado?
- Plaza Portátil
- 25 abr
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 1 may
Imagina a un niño de hoy, experto en desbloquear celulares antes de atarse las agujetas, viajando a una escuela de hace cien años. Probablemente no sentiría tanto desconcierto: pupitres alineados como soldados, un maestro al frente dictando saberes inamovibles, y un pizarrón que todavía exige copiar sin preguntar demasiado.
Ahora invierte la escena: un niño de 1924 caminando por una escuela moderna. Encontraría pantallas, proyectores, pizarrones digitales… pero en el fondo, reconocería el ritual: callar, memorizar, repetir.

Mientras afuera el mundo corre a pasos de gigante —entre inteligencias artificiales, cambios de paradigma y conexiones instantáneas—, la escuela sigue girando en su órbita antigua. Como Sísifo empujando su roca colina arriba, solo para verla rodar de nuevo al pie de la montaña.
La pregunta entonces se vuelve urgente: ¿de verdad estamos preparando a los niños para construir el futuro, o apenas los estamos entrenando para sobrevivir en un mundo que ya ni siquiera existe?
Desde la filosofía, la pregunta se vuelve aún más punzante: ¿estamos formando ciudadanos virtuosos, como soñaba Aristóteles en su Ética Nicomáquea, o simplemente estamos puliendo engranes dóciles para la maquinaria, como denunciaría Foucault en Vigilar y castigar?

Lo que el siglo XXI necesita no son repetidores, sino navegantes
El siglo XXI no sólo cambió los instrumentos: cambió las reglas del juego.
Hoy el mundo exige pensamiento crítico, trabajo en equipo, agilidad para adaptarse, iniciativa genuina, comunicación real, acceso estratégico a la información y, sobre todo, una curiosidad despierta y activa.
Pero en lugar de formar Odiseos dispuestos a surcar mares desconocidos, seguimos produciendo filas de hoplitas: disciplinados, uniformes, incapaces de improvisar en plena tormenta.
Desde México, José Vasconcelos ya había alzado la voz hace un siglo: no basta con educar para la eficiencia técnica. Hay que educar para el arte, para la belleza, para la ética, para la humanidad. Soñaba con una “raza cósmica” que no separara el saber de la sensibilidad.
Sin embargo, como bien advierte Carlos Ornelas, nuestras reformas educativas parecen más intentos de maquillar un cuerpo cansado que de construir uno nuevo. Somos como Dédalo diseñando su laberinto: pretendemos innovar, pero en el fondo seguimos atrapados en nuestros propios muros.
La escuela moderna presume tablets, proyectores y WiFi en cada esquina, pero muchas veces sigue priorizando la memorización sobre la comprensión real. Paulo Freire ya nos había advertido de esta trampa, llamándola “educación bancaria”: el conocimiento depositado en alumnos como si fueran cuentas de ahorro olvidadas.
Lev Vygotsky nos recordaba que el aprendizaje verdadero es social, colaborativo, vivo. Que se construye en la interacción, en la conversación, en la experiencia compartida.
Y sin embargo, cambiamos el pizarrón verde por uno digital… pero dejamos intacto el mismo ritual. Como atenienses repitiendo ceremonias antiguas sin recordar su sentido, conservamos prácticas que ya no tienen eco en el mundo que nos rodea.
Daniel Goleman lo explica de manera contundente: en un entorno volátil, saber controlar nuestras emociones es tan importante como dominar cualquier conocimiento técnico. Una mente brillante que no sabe gestionar su miedo, su rabia o su frustración, difícilmente podrá navegar en un mundo que cambia minuto a minuto.
Las cadenas invisibles que nos impiden avanzar
Entonces, ¿por qué no cambiamos?
Quizá porque el sistema escolar, como toda institución vieja, fue diseñado no tanto para liberar, sino para domesticar. Michel Foucault nos enseñó que la escuela es, entre otras cosas, un elegante mecanismo de vigilancia, de disciplina, de normalización.
Quizá porque cambiar no solo da miedo: exige renunciar al terreno firme. Seymour Papert lo decía claro: muchos maestros, aunque aman enseñar, temen las nuevas metodologías porque ellos mismos no fueron educados para adaptarse. Como marineros que prefieren bordear la costa conocida, evitan adentrarse en mares donde no hay cartas de navegación.
Y no podemos olvidar la cruda realidad: como señala la UNESCO, muchos sistemas educativos siguen operando en condiciones precarias. Escuelas sin recursos suficientes difícilmente pueden darse el lujo de reinventarse.
Así seguimos, como viejos navegantes en barcos que apenas se sostienen, esperando una bonanza que no llegará si no nos atrevemos a izar nuevas velas.

¿Y si encendiéramos otra vez el fuego de Prometeo?
Cambiar no sólo es necesario: es vital.
Necesitamos escuelas que no teman la incertidumbre, que enseñen a pensar en lugar de obedecer.
Que integren la tecnología como un puente hacia el conocimiento crítico, no como adorno vistoso.
Que eduquen no sólo para aprobar, sino para vivir.
Que enseñen no sólo a resolver problemas matemáticos, sino también emocionales, éticos, humanos.
Una escuela que entienda que el mundo no necesita soldados disciplinados, sino exploradores valientes.
Que comprenda que la verdadera educación no consiste en llenar cabezas, sino en encender corazones y expandir horizontes.
Como en la Ética de Aristóteles, se trata de formar personas capaces de deliberar con sabiduría, de elegir con libertad, de actuar con responsabilidad.
No simples repetidores de reglas, sino constructores conscientes de su propio destino.
El futuro ya está aquí. ¿Y nosotros?
Mientras discutimos si cambiar o no, el mundo ya cambió.
No podemos quedarnos en el puerto, esperando un barco perfecto.
Tendremos que ser como Odiseo: zarpar sabiendo que habrá monstruos, islas tentadoras, tormentas inesperadas.
Confiar en nuestra astucia, en nuestra resiliencia, en nuestra capacidad de construir caminos incluso cuando el mapa desaparezca.
La educación no puede seguir atrapada en un tiempo que ya no nos pertenece.
Ni los niños son los mismos, ni el futuro será indulgente.
Así que esta vez no habrá Perseo que venga a salvarnos.
Nos toca a nosotros ser los héroes de esta epopeya.
Y esta historia… apenas comienza.
Referencias
Aristóteles. (1998). Ética a Nicómaco. Gredos.
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores.
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
Fullan, M. (2001). Leading in a culture of change. Jossey-Bass.
Goleman, D. (1995). Inteligencia emocional. Bantam Books.
Papert, S. (1993). The Children’s Machine: Rethinking School in the Age of the Computer. Basic Books.
UNESCO. (2021). Informe sobre el futuro de la educación.
Vasconcelos, J. (1924). La raza cósmica. Espasa-Calpe.
Wagner, T. (2012). Creating Innovators: The Making of Young People Who Will Change the World. Scribner.
Vygotsky, L. S. (1978). Mind in Society: The Development of Higher Psychological Processes. Harvard University Press.
コメント